Cuando tuve la osadía de aceptar la amable propuesta realizada por la Decana de impartir una última clase, al margen de la enseñanza reglada y un poco urbi et orbi, la primera cuestión que me planteé fue, lógicamente, la elección de tema. Rápidamente deseché la idea de perpetrar una exposición sobre un tema de los considerados civiles «clásicos» y «puros», por ejemplo, la acción de petición de herencia, la posesión civilísima o la causa del negocio jurídico. En mi opinión el tema tenía que tener un cierto gancho extrajurídico, es decir, ofrecer un perfil humano, social o incluso económico.